En un principio ella se desconcierta.
Para alarmarse enseguida
al no diferenciar la predestinación
de otros murmullos dudosos.
Platino, tamoxifeno.

Yo sé que se aguanta de pie, o que ya
no lo soporta, según la sueñe.

Sé que no me reconoce
debido a sus pómulos fríos, cuando
la beso y no está frente a mí.
Yo sé que no me quiere ahora
porque no se acuerda.

(La gota que rebosa el ojo.

En el Parque lo atestiguan
los muertos, clama
el charlatán al poco de cuajar
su infusión de cristal y ceniza.)

Por teléfono me cuenta la congoja
de su piel, los vómitos grises
o la forma que ha concebido
para no morir, no todavía.

Y ella se despreocupa y da
su brazo a torcer a los fantasmas,
doctores intachables
de lo iluso.

texto: Luis Miguel Rabanal